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revelaciones de un cuervo

Reflexiones, locuras y fantasías de un escritor. Pensamiento, memoria y quizás también algo de sabiduría.

  • Por Rubén H. Ernand

IDEAS, CONCEPCIÓN Y NACIMIENTO


 

Lloramos al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes.

William Shakespeare

 

No, amigo lector, me temo que si esperabas un post sobre sexo y embarazadas, no es eso de lo que voy a hablar aquí (lo siento, no pretendía ser un clickbait). El tema que quiero tratar es menos divertido, igual de interesante y creo que mucho más ambicioso. Para la segunda entrada de mi blog quiero hablar de comienzos, de conceptos y de cómo trasladarlos del etéreo mundo de las ideas hasta lo terrenal.

Mis ideas literarias no se parecen en nada a lo de arriba. Normalmente tienen más que ver con cómo arrastrar por el barro, mutilar y hacer infelices a mis personajes.

Mis ideas literarias no se parecen en nada a lo de arriba. Normalmente

tienen más que ver con cómo arrastrar por el barro, mutilar y hacer infelices

a mis personajes.

Ni que decir tiene que lo voy a hacer desde mi experiencia, que no es, ni mucho menos, la única, la mejor o siquiera la más común. Por ello voy a apoyarme en mis obras, en lo que he aprendido a lo largo del camino y en lo que significan los comienzos para mí. Como si de un capítulo de Megaconstrucciones o Cómo lo hacen se tratara, vamos a ver cómo ensamblamos el armazón de una idea y la volvemos sólida y tangible.

Ideas fantásticas y dónde encontrarlas

Las ideas. Esas pequeñas cosas intangibles, esquivas y maliciosas. Tienen tendencia a aparecer para acto seguido esfumarse como si fueran duendes, tus amigos durante una mudanza o el dinero de mi cuenta corriente. Las ideas lo son todo para los escritores, los ilustradores, los guionistas, pintores… Cualquier persona creativa necesita de las ideas, las buenas, como del aire que respira. Por eso es tan genial ese momento, cuando estás en la ducha, relajado, y de repente gritas: ¡Eureka! Y no lo haces porque seas Arquímedes, no, sino porque se te acaba de ocurrir algo genial que va a hacer que ganes el Premio Planeta. O eso es lo que crees, pero lo más probable es que no sea tan genial y lo máximo a lo que aspires sea a sentarte frente al teclado, con la emoción desbordándote al pensar en cuanto dinero vas a ganar. No importa. Para nosotros, los escritores, ya es un triunfo considerable encontrar algo que te obligue a sentar el culo en la silla y empezar a escribir.

Es increíblemente frustrante cuando una idea genial viene y se va de la misma manera. Porque las ideas, como los recuerdos, son efímeras y no se concretan con facilidad. A veces hay que agarrarlas y luchar con ellas, como quien tira de un pez que acaba de pescar. Por eso es tan necesario apuntarlas en cuanto surgen y, en mi caso, además, necesito ponerme a explorarla y desarrollarla antes de que pase demasiado tiempo para que no se desvirtúe demasiado. Las ideas son potros salvajes que hay que domar. Aunque no siempre es así. De tanto en tanto entramos en ese estado armónico y casi místico, llamado la inspiración, en el que las ideas fluyen como el agua, pero son sólidas como la tierra, y se dejan atrapar dócilmente. No es fácil, no ocurre a menudo, pero cuando aparece… ah, amigo, entonces nos sentimos casi como si fuéramos dioses.

Recuerda, hay ideas que es mejor devolver al mar.

Recuerda, hay ideas que es mejor devolver al mar.

Así que, ¿dónde inspirarnos para encontrar buenas ideas para nuestras obras? La respuesta corta es en todas partes. Cualquier cosa es susceptible de desencadenar en nuestra mente los engranajes que nos llevarán a tener una gran revelación. Cuando digo cualquier cosa me refiero a exactamente eso, cualquier cosa. Desde ir en el autobús o el metro y observar las interacciones (o la falta de ellas) de la gente, a estar comprando en el mercado y mirar los rostros de los sufridos trabajadores o estar en una reunión de trabajo y que tu jefe diga algo que haga saltar un resorte, levantarte y gritar: ¡Eso es! Después, correr hacia tu jefe, estamparle dos besos en la mejilla y conducir como un poseso hacia tu casa para desarrollar esa idea increíble. Y más te vale que lo sea, porque muy pronto estarás sin trabajo.

Quizá lo adecuado sea establecer donde no vas a encontrar buenas ideas o, mejor dicho, donde es menos probable que lo vayas a hacer. No es probable que encuentres buenas ideas en el sofá, viendo la tele, en el trabajo, visitando a los suegros o, ni siquiera, en internet. ¿Y por qué no, me dirás, si yo en la red me inspiro muchísimo? Bien, no he dicho que no lo puedas conseguir, digo que es menos probable si tus paseos por internet se convierten en una rutina. Cualquier actividad que percibimos como rutinaria, habitual, monótona o impuesta mata a la creatividad. Al cerebro hay que estimularlo o se aletarga, y si el cerebro duerme las ideas ni se le acercan.

Llamadme loco, pero creo que ese cerebro está desconectado.

Llamadme loco, pero creo que ese cerebro está desconectado.

Ideas, la arcilla de la creatividad

Ok. Ya tenemos una idea maravillosa que hemos conseguido retener porque tenemos un bloc de notas que llevamos hasta al WC y hemos apuntado con todo lujo de detalles las facetas y aristas de nuestra genial ocurrencia. ¿Y ahora qué? Pues toca arremangarnos, encender el torno y meter las manos en esa sustancia viscosa e informe. ¿Nuestro objetivo? Hacer un bonito jarrón chino del que sentirnos orgullosos. ¿La técnica que usaremos? Ah, amigo, esa pregunta se merece un punto y aparte seguido de un párrafo propio.

Tranquilo, no tendrás que hacer un curso CCC de alfarería. Resulta que todo es una metáfora.

Tranquilo, no tendrás que hacer un curso CCC de alfarería.

Resulta que todo es una metáfora.

Según mi experiencia, las ideas hay que desarrollarlas siguiendo tres directrices. A saber, la intuición, la repetición y la observación. Los escritores, por mucho que queramos hacer más “científico” nuestro proceso, somos gente que se basa en la emoción, en lo intangible, en lo abstracto y, por supuesto, en lo intuitivo. Si estás trabajando una idea, transformándola en forma de directrices a seguir para construir un relato o una novela, la intuición te dirá por donde seguir. Por así decirlo, nos dirá cuanta arcilla quitar, qué forma darle y qué herramientas usar. La intuición es básica para transformar nuestra idea en un boceto de algo mínimamente coherente y, por lo tanto, hay que darle rienda suelta. Ya nos encargaremos luego de pulir el resultado con la repetición, que no es otra cosa que darle vueltas a la premisa inicial para refinarla aplicando, ahora sí, un punto de vista ligeramente más racional.

En esta segunda fase, seguimos permitiéndole a la intuición manifestarse, pero tras un filtro de realismo. Durante esta fase nos haremos muchas preguntas, porqués, cuándos, cómos y demás. Esas preguntas nos darán un hilo del que tirar para desarrollar la idea según nos interese. La observación es la fase final, en la que nos alejamos dos pasos, admiramos nuestro jarrón y decidimos si realmente hemos conseguido lo que queríamos hacer o si realmente lo que hemos creado se parece más a un botijo. Eh, a lo mejor ese botijo nos gusta más que nuestra primera idea y decidimos seguir trabajando en él. Si es así, adelante. El mundo también necesita de botijos. Lo importante es tu opinión, sincera, de él. Repito, tu opinión. Deja las cuestiones de marketing y lo que les va a gustar o no a tus lectores para después. Esta es la fase de las ideas, de la escritura o incluso anterior a ella. Más tarde, cuando hayas acabado el conjunto de la obra y estés revisando y reescribiendo tu primer borrador, ya decidirás si la idea al final era correcta, si encaja en tu obra, si necesita más trabajo, más pulido o incluso si debe ser eliminada y lanzada a esa papelera oscura y gigante llamada Mis grandes cagadas.

Un ejemplo real. La concepción de El Trastorno de Elaranne.

Antes de nada, y teniendo en cuenta de que soy un don nadie (me refiero a nivel artístico y público. ¡Eh, que yo también tengo mi amor propio!), debería explicar que El Trastorno de Elaranne es la saga de fantasía en la que actualmente estoy trabajando y cuyo primer volumen acaba de ver la luz. Además, deberíais saber que la idea original para crearla surgió hará casi 19 años, que trabajé en ella con cierta intensidad durante los primeros dos años, pero que luego acabó semiolvidada hasta que felizmente pude acabar el primer volumen unos meses atrás. Con todos estos antecedentes, ya estamos preparados para entrar en materia.

La idea original de la que surgió mi obra se produjo un día, en mis tiempos universitarios, en los que unos amigos y yo nos aburríamos y creamos una serie de microrrelatos. Si lo pienso es extraño porque, aunque nos encantaba la literatura, los juegos de rol y demás frikadas, jamás habíamos hecho nada parecido. De uno de esos microrrelatos surgió una mínima idea que fue la que luego estiré hasta el infinito para darle forma a la historia, y al mundo, de Elaranne. Por desgracia ese relato original se perdió (oye, que estamos hablando de 1999. Eso es la prehistoria), pero podría resumirse en que lord Dalkiot salía a contemplar sus dominios desde el palacio de una ciudad oscura y siniestra, para luego alimentarse de sus aterrados súbditos. No era gran cosa, lo sé, pero era una idea base, una semilla, que bien cuidada podía llegar a ser muy interesante. Y fue lo suficientemente potente para lograr que decidiera invertir mi tiempo y esfuerzo en hacer de ella una obra literaria.

Aunque no se mencionaba por ningún lado, estaba claro que lord Dalkiot era un vampiro o algo similar. Decidí centrarme en la ciudad, en qué hacía ese personaje allí, por qué era tan siniestra y demás. Construí el mundo de Elaranne y su historia desde ese primer hilo, desde esa ciudad, pero mi política anti-spoiler me impide detallarte el proceso. Lo siento. Después hice lo mismo con el personaje de lord Dalkiot, ¿quién era? ¿por qué gobernaba aquella ciudad y por qué se comía a sus propios votantes? Eso no lo hacen ni en el PP. En torno a únicamente esos dos elementos fui construyendo el armazón de mi obra literaria. Aunque en realidad había un tercero, que no era otra cosa que la atmósfera del microrrelato. Era oscura, una tanto fatalista, y ha pervivido durante todos estos años.

La idea original está prácticamente irreconocible en la obra que he publicado. He dado muchos pasos atrás, he pensado muchas veces esto es basura y he armado las piezas del puzle de otra manera. Si lees La primavera ausente no verás nada ni remotamente parecido a lo que contaba ese microrrelato original, pero lo cierto es que está ahí. En un proyecto tan largo como una novela, y mucho más cuando se trata de una saga, cualquier idea suma.

Resumiendo, hay ideas que son tan geniales y lúcidas en toda su plenitud e integridad, que las plasmas directamente de tu cabeza al papel. Otras, en cambio, hay que trabajarlas como la arcilla y acaban casi irreconocibles, aunque su esencia se mantiene. Lo que es seguro es que todas son una bendición para el escritor.

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